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15/06/2020

La Revolución Industrial: detonante para la Seguridad y Salud en el Trabajo

Esta etapa de la humanidad, comprende un periodo histórico entre la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, en la que primero Inglaterra, y después el resto de Europa, experimentaron un conjunto de innovaciones y cambios de gran trascendencia en materia socioeconómica, tecnológica y cultural, con las que se inició una nueva era dominada por la industria y la manufactura, que sustituyó a la economía basada en los talleres y el trabajo manual.

La revolución, en su primera etapa (1750 hasta 1870), comenzó con la mecanización de la industria textil y fue favorecida por la expansión del comercio, la mejora de las rutas de transporte y posteriormente por la invención de la máquina de vapor, quizá la más importante innovación de esa época, que provocó cambios significativos en las estructuras económicas y sociales de Europa, que alcanzaron en su segunda etapa (1870 hasta 1914) los procesos de producción con el uso de la fuerza hidroeléctrica, lo que dio pauta al inicio de un complejo proceso de transformación de las relaciones de producción.

Al mismo tiempo, se presentaron cambios demográficos y sociales que, acompañados por la modernización de la agricultura, la mejora de la alimentación, los adelantos en la medicina y en la higiene, incidieron en el crecimiento de la población y en su esperanza de vida; una de las repercusiones más significativas que trajo consigo la revolución industrial, fue el proceso de emigración del campo a la ciudad, al disminuir la ocupación en labores agrícolas y aumentar la demanda de trabajo en las ciudades.

La sociedad europea no estaba preparada para experimentar el desarrollo vertiginoso de la industria. Por ello, aunque la invención de la máquina de vapor no fue un hecho abrupto, las consecuencias sociales sí tuvieron resultados inesperados.8   El maquinismo se hizo sentir, al exigir individuos más calificados y reducir el número de personas empleadas, arrojando a contingentes de obreros de un ramo de la producción a otra.

Miles de personas migraron del campo a las ciudades, donde se asentaron las industrias, pero este éxodo trajo consigo serios problemas sociales, ya que las urbes no estaban adaptadas para albergar la cantidad de personas que dejaron sus cultivos para trabajar en las industrias con la esperanza de brindar mejores condiciones de vida a sus familias. En consecuencia, como las condiciones físicas y sociales de las ciudades no se prestaban para estos fines, cundió el caos y la explotación por doquier.

Los cambios en los estilos de vida de las personas sucedieron en diversos aspectos:

a) laboralmente, los oficios artesanales fueron reemplazados por la producción en serie;

b) económicamente, los campesinos migrantes no recibían el sueldo que esperaban, y se veían obligados a trabajar en condiciones infrahumanas porque no tenían otra opción; y,

c) socialmente, toda vez que el cambio de vida rural a la urbana generó desnutrición y pobreza.

Como la cantidad de personas migrantes sobrepasaba la capacidad de las ciudades, la densidad poblacional aumentó y con ello, cundió el hacinamiento y proliferaron las enfermedades y las epidemias. En las industrias, las condiciones de salud y seguridad eran mínimas, en parte por la cantidad de trabajadores, pero principalmente por la carencia de una cultura de seguridad eficiente, tanto de parte de los trabajadores y obreros, como de los empleadores.

En este marco, puede afirmarse, que la revolución industrial dio origen también a nuevas relaciones laborales, ya que los trabajadores pasaron a desempeñarse en los establecimientos de propiedad de sus empleadores en lugar de hacerlo en sus domicilios, con nuevas exigencias de orden y coordinación con las máquinas y con sus compañeros de labor hasta ese momento desconocidas.


Los abusos y la explotación se confundían con la miseria que era común en esos años. Una gran proporción de los obreros eran mujeres y niños, que además de ser explotados no se les brindaban las condiciones de seguridad necesarias, de modo que muchos de ellos sufrían lesiones, mutilaciones y accidentes fatales.

La introducción de las máquinas favoreció el trabajo de niños y mujeres que ingresaron al mercado de trabajo en competencia con los adultos varones, lo que, sumado a la mayor productividad alcanzada por las máquinas, ocasionaba la existencia de un importante número de trabajadores desocupados, cuya condición económica era difícil, y que podían sustituir a cualquiera que protestara por sus condiciones de trabajo.

En el siglo XVIII la industria textil aprovechó el poder del agua para el funcionamiento de algunas máquinas. Las fábricas se erigieron en competidoras de los artesanos hiladores y tejedores y, al ser más eficientes, muchos de aquéllos se vieron obligados a abandonar su oficio (muy a menudo compartido con las tareas agrícolas) y a enrolarse en el naciente proletariado industrial. En virtud de la ley de la oferta y la demanda, la abundante oferta de mano de obra condujo a salarios de miseria y condiciones de trabajo deplorables, con jornadas de trabajo de doce y catorce horas diarias. Las pésimas condiciones de vida y trabajo de esa época fueron el caldo de cultivo de graves daños a la salud de las personas que trabajaban, especialmente de los niños, que se empleaban desde edades tan tempranas como los seis años.

Estas industrias se convirtieron en el modelo de organización   del trabajo en las fábricas. Desafortunadamente, fue en los espacios fabriles en los que el trabajo de las hijas e hijos de   esta clase trabajadora resultó mano de obra barata de suma utilidad en el proceso de acumulación capitalista, tal y como lo señala la Organización Internacional del Trabajo (OIT): “los niños también engrosaron las multitudes de obreros de las primeras fábricas industriales, niños que trabajaban en condiciones de sobreexplotación, en ambientes insalubres, durante extensas jornadas de hasta 14 horas, horarios nocturnos, expuestos a accidentes por las herramientas utilizadas y las malas condiciones del trabajo […] los niños que se accidentaban o morían eran reemplazados rápidamente por otros”.

Ante esta situación, fueron surgiendo en forma espontánea diversos tipos de protestas, como las manifestaciones, la huelga, la ocupación de fábricas y el sabotaje, que precedieron a la formación de organizaciones de trabajadores (los sindicatos). En este contexto, se produjeron, por un lado, las primeras reivindicaciones obreras, que a lo largo del siglo XIX conducirían a la admisión de la libertad sindical en la mayoría de los países de Europa y por otro, a la generación de diversos instrumentos normativos en la materia.

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