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26/12/2012

Las abandonadas

LAS ABANDONADAS


Cómo, me dan pena las abandonadas, 
que amaron creyendo ser también amadas. 
Y van por la vida llorando un cariño, 
recordando a un hombre y arrastrando un niño. 

Como hay quién derribe del árbol la hoja, 
y al verla en el suelo, ya no la recoja, 
y hay quién a pedradas tire el fruto verde, 
y lo eche rodando después que lo muerde. 

Las abandonadas son frutas caídas, 
del árbol frondoso y alto de la vida, 
son más que caídas, fruta derribada, 
por un beso artero, como una pedrada. 

Por las calles ruedan estas tristes frutas
como maceradas mansanas intutas
y en sus pobres cuerpos antaños surgentes
llevan la indeleble marca de sus dientes. 

Tienen dos caminos que escoger
el quicio de una puerta honrada
o el harén del vicio, 
y en medio de tanto, de tantos rigores
hay quién al hablarles, se atreva de amores. 

Aquellos magnates que ampararlas pueden
más las precipitan para qué más rueden
y hay quién se vuelva su postrer verdugo
queriendo exprimirlas, si aún les queda jugo. 

Las abandonadas son como el bagazo, 
que alambica el beso y exprime el abrazo, 
si aún les queda zumo, lo chupa el dolor, 
son tristes bagazos, bagazos de amor. 

Cuando las encuentro me llenan de angustia, 
sus senos marchitos, y sus caras mustias, 
y pienso que llevan en sus arrepentimientos
un niño que es hijo del remordimiento. 

El remordimiento lo arrastra algún hombre oculto
que al ver a esos niños de blondos cabellos
yo quisiera amarlos y ser padre de ellos. 

Las abandonadas me dan estas penas
porque casi todas son mujeres buenas
son manzanas secas, son frutas caídas, 
del árbol frondoso y alto de la vida. 

De sus hondas cuitas ni el Señor se apiada, 
porque de esas cosas Dios no sabe nada, 
y así van las pobres, llorando un cariño, 
recordando a un hombre, y arrastrando un niño.


La Habana, 1908
Julio Sesto
Literatura Universal

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